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En las faldas del volcán Popocatépetl, donde el cielo nocturno se vuelve un manto hipnótico y las estrellas parecen susurrar secretos milenarios, existe un enigma que ha trascendido generaciones: el OVNI de San Baltazar Atlimeyaya.
Fue en la década de los noventa cuando los primeros reportes sacudieron la tranquilidad de este poblado perteneciente a Atlixco, uno de los pueblos mágicos más emblemáticos de México.
Testigos afirmaron haber visto un objeto luminoso surcando el cielo con movimientos imposibles para cualquier aeronave terrestre. Muchos recuerdan aquella noche como un portal abierto a lo desconocido.
Esa estructura luminosa en la conocida también en el imaginario local como La Casita Blanca, habría dejado tras de sí una estela de preguntas y un silencio tan profundo que, según dicen, “se podía escuchar el latido de la Tierra”.
San Baltazar Atlimeyaya, ubicado a sólo 10 km del centro de Atlixco y cerca de San Juan Tianguismanalco, se ha convertido en un punto de referencia para curiosos, ufólogos y amantes de los misterios.
La región, famosa por sus manantiales y por la producción de truchas, ahora también carga con la fama de ser un portal potencial hacia otras dimensiones.
Cada 2 de julio, en el marco del Día Mundial del OVNI, se reaviva el fuego de la especulación:
¿Fue una nave exploratoria enviada desde algún rincón lejano del cosmos? ¿Un mensaje interestelar olvidado entre las estrellas? ¿O simplemente un fenómeno atmosférico malinterpretado?
Lo cierto es que, pese al paso del tiempo, el OVNI de San Baltazar Atlimeyaya sigue alimentando relatos, inspirando encuentros nocturnos y consolidándose como una de las leyendas contemporáneas más fascinantes de Puebla.
Mientras el misterio no sea revelado, el cielo atlixquense permanecerá vigilado por ojos curiosos, y quizás, por seres de otras galaxias que ya hayan puesto el ojo —o el radar— en este pequeño rincón del planeta Tierra.
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