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Nacional

Discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador en el Centenario Luctuoso de Ricardo Flores Magón

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Amigas y amigos:

Me da mucho gusto participar en este acto de recuerdo, conmemoración por los cien años del fallecimiento de Ricardo Flores Magón. 

Muchas gracias, Diego, Armando; muchas gracias a los gobernadores, Alejandro Murat, gobernador Constitucional de Oaxaca y muchas gracias al nuevo gobernador electo, Salomón Jara, que está ya a pocos días de concluir un mandato e iniciar otro en Oaxaca. Y celebro que se esté llevando a cabo esa transición en armonía como merece el pueblo de Oaxaca.

Lo que se ha dicho está muy bien, así que solo voy a hacer referencia a tres características excepcionales de Ricardo Flores Magón: su intimidad amorosa; su juicio práctico y sus profundas convicciones revolucionarias.

Empiezo con los tiernos fragmentos de cartas que Ricardo Flores Magón dirigía desde la cárcel de Los Ángeles a su adorada María Talavera. Este hombre anticlerical, íntegro, recto hasta el extremo, que solo pensaba en la justicia y en la revolución, aclaró que “ser firme es cosa bien distinta a ser insensible” y escribió cartas en las cuales pedía a su amada que pasara por el callejoncito de fuera del penal, porque quería ver desde su celda su “carita tan linda”.

También decía: “La Agrupación de Chicago no nos defiende ni es para otra cosa que para defender a los amos. Nosotros somos pobres mexicanos. Esa es nuestra falta. Nuestra piel no es blanca y no todos son capaces de comprender que también debajo de una piel oscura hay nervios, hay corazón y hay cerebro”. Pero no dejaba de mezclar su causa con el amor y le confesaba a María: “Yo no estoy conforme con mi incomunicación, porque no puedo hablar contigo. No, no estoy conforme ni lo estaré. No puedo suspirar a tu oído, mi amor, ni aspirar tu aliento ni ver de cerca tu carita encantadora… Cualquiera que me vea pensará que no sufro, es que sé mostrarme digno. No quiero dar motivo para la compasión de nadie”.

Pero cambio de tema, ahora quiero relatar la importancia del Programa del Partido Liberal Mexicano y Manifiesto a la Nación. Un documento  que publicaron los magonistas en exilio en San Luis Misuri,  Estados Unidos, el primero de julio de 1906.

Se trata de uno de los textos de mayor trascendencia en la historia de México.  Es cierto que su elaboración es fruto de diversas consultas entre muchos militantes y simpatizantes del anarquismo, pero la redacción del texto se atribuye a Juan Sarabia y a Ricardo Flores Magón. El documento es extraordinario: apegado a la realidad de entonces, como lo mencionó Armando, propositivo, innovador y de inspiración democrática. Para empezar, se habla de un cambio de fondo: sustituir la dictadura por una auténtica democracia. Luego, abarca todos los aspectos de la vida pública y enlista “las principales aspiraciones del pueblo y sus más urgentes necesidades”: el sufragio efectivo, la no reelección, la libertad de prensa, el otorgamiento del amparo sin dilación, la pronta impartición de justicia, la abolición de la pena capital, la desaparición de los jefes políticos y el fortalecimiento de la autonomía municipal; la sustitución de las cárceles por colonias penitenciarias para la regeneración de los reclusos; la eliminación del servicio militar obligatorio o “leva”, la unión de los países latinoamericanos para defenderse ante abusos de las potencias.

La reafirmación de las leyes de reforma y el apego estricto a la Constitución, la libertad religiosa, la educación laica, el aumento de escuelas públicas, sueldos justos a los maestros y atención especial a la enseñanza de artes y oficios. Asimismo, propone reducir los impuestos; aplicar descuentos a quienes rentan y hacen mejoras en casas y cuartos de vecindades; declarar iguales ante la ley a los hijos legítimos y naturales, así como a hombres y mujeres.

El programa contiene además una amplia y detallada propuesta económica y social, equilibrando libertad y prosperidad; postula el respeto al derecho de propiedad y tiene como objetivo, cito textualmente: “aumentar el volumen de riqueza general”. Propone lograr el desarrollo nacional, en particular el de la agricultura y la industria, mediante la intervención de un Estado democrático que distribuya la riqueza, con el criterio de mejorar los ingresos y el consumo de la gente para fortalecer el mercado interno.

De manera clara y convincente argumenta, fíjense esto, la cita es extraordinaria: “Los pueblos no son prósperos sino cuando la generalidad de los ciudadanos disfrutan siquiera de relativa prosperidad. Unos cuantos millonarios, acaparando todas las riquezas y siendo los únicos satisfechos entre millones de hambrientos, no hacen el bienestar general sino la miseria pública, como lo vemos en México. En cambio, el país donde todos los más pueden satisfacer sus necesidades será próspero con millonarios o sin ellos. En efecto, cuando el pueblo es demasiado pobre, cuando sus recursos apenas le alcanzan para mal comer, consume solo artículos de primera necesidad, y aun éstos en pequeña escala…”; sin embargo, “…cuando los millones de parias que hoy vegetan en el hambre y la desnudez coman menos mal, usen ropa y calzado y dejen de tener petate por todo ajuar, la demanda de mil géneros que hoy es insignificante aumentará en proporciones colosales y la industria, la agricultura, el comercio, todo será materialmente empujado a desarrollarse en una escala que jamás se alcanzaría mientras subsistieran las actuales condiciones de miseria general”.

Por último, lo que más admiro de Ricardo Flores Magón es la firmeza de sus convicciones. Era un hombre enérgico, pero fiel a sus ideas. Es fácil tacharlo de sectario e intransigente, pero es difícil ignorar su congruencia. En vísperas de su muerte, desde la cárcel, explica a su amigo Nicolás Bernal, por qué no puede pedir perdón para ser liberado como se lo habían sugerido las autoridades estadounidenses:

…me pudriré y moriré dentro de estas horrendas paredes que me separan del resto del mundo, porque no voy a pedir perdón ¡no lo haré! En mis 29 años de lucha por la libertad lo he perdido todo, y toda oportunidad para hacerme rico y famoso; he consumido muchos años de mi vida en las prisiones; he experimentado el sendero del vagabundo y del paria; me he visto desfallecido de hambre; mi vida ha estado en peligro muchas veces; he perdido mi salud; en fin, he perdido todo, menos una cosa, una sola cosa que fomento, mimo y conservo casi con un celo fanático y esa cosa es mi honra como luchador…

Pedir perdón significaría que estoy arrepentido de haberme atrevido a derrocar al capitalismo para poner en su lugar un sistema basado en la libre asociación de los trabajadores para consumir y producir, y no estoy arrepentido de ello. Pedir perdón significaría que abdico de mis ideas anarquistas; y no me retracto; afirmo, afirmo que si la especie humana llega alguna vez a gozar de verdadera fraternidad y libertad y justicia social, deberá ser por medio del anarquismo. Así pues, mi querido Nicolás, estoy condenado a cegar y a morir en la prisión; más prefiero esto que volver la espalda a los trabajadores, y tener las puertas de la prisión abiertas al precio de mi vergüenza. No sobreviviré a mi cautiverio, pues ya estoy viejo; pero cuando muera, mis amigos quizá inscriban en mi tumba: “aquí yace un soñador” y mis enemigos: “Aquí yace un loco”. Pero no habrá nadie que se atreva a estampar esta inscripción: “Aquí yace un cobarde y traidor a sus ideas”.

En la noche del 20 de noviembre de 1922, a unas horas de dejar la prisión, en virtud de un indulto solicitado por el presidente Álvaro Obregón y concedido por el presidente de Estados Unidos, “mientras dormía, unas manos gigantescas, a través de los barrotes de la celda lo tomaron por el cuello. Hubo una breve, salvaje lucha y Ricardo murió estrangulado”. Desde luego, el parte oficial fue otro: el director de la cárcel declaró “que Ricardo había muerto de un ataque al corazón, incapaz de resistir la alegría de haber sido liberado”. Su funeral fue muy parecido al del ex presidente Sebastián Lerdo de Tejada. El cuerpo fue embalsamado en Los Ángeles y la Alianza de Ferrocarrileros lo trasladó hasta la Ciudad de México. En todas las estaciones de importancia –Chihuahua, Torreón, Aguascalientes, Querétaro– bajaban el cuerpo. Era después de todo una de las escasas oportunidades que tenía el pueblo de rendir homenaje a uno de sus héroes auténticos.

Madero fue enterrado clandestinamente por sus asesinos y Huerta prohibió la manifestación de duelo; Villa y Zapata caerían abatidos a traición y se irían a la tumba sin recibir el homenaje al que su grandeza los hizo merecedores; el mismo Carranza sería sepultado de un modo discreto, rodeado de espías y polizontes. Pero Ricardo Flores Magón, después de 25 años de ausencia, volvió a su patria muerto, cuando su recuerdo estaba más vivo que nunca. Las mujeres lloraban al paso del féretro. Muchos trabajadores y campesinos llevaban flores y lazos negros. Al llegar a la Ciudad de México fue velado en el salón principal de la Alianza de Ferrocarrileros. Sus restos se encuentran en el Panteón Civil de Dolores en la Rotonda de las Personas Ilustres y sus ideales permanecen más vivos que nunca. En consecuencia, no es extraño que este 2022, a cien años de su asesinato, se haya dedicado a homenajearlo y celebro que, así como la Sierra Norte de Oaxaca se le conoce como la Sierra Juárez; a la Sierra Mazateca se le agregue el nombre de los Flores Magón.

Muchas gracias.

Palacio Nacional, 21 de noviembre de 2022