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Deporte A Fondo | Sin ganas de crecer
Publicado
hace 6 mesesPor
SICOM NoticiasLa columna de Antonio Abascal
La Copa Oro de 1991 fue la primera bajo ese nombre ya que el torneo para dirimir al “mejor” de la CONCACAF ya tenía otras diez ediciones, se jugó (como no podía ser de otra manera) en Estados Unidos con los ocho mejores de la zona divididos en dos grupos. Fue el primer certamen en la Unión Americana antes de su mundial y representó otro momento duro para el futbol mexicano, aunque en esa ocasión sí se hizo caso a la necesidad de cambio. Era la selección que dirigía Manolo Lapuente, tras ser campeonísimo con el Puebla de la Franja en la 89-90, ya era un grupo que tenía encima la crítica del imperio televisivo y que buscaba buenos resultados para aminorar el efecto de dichas críticas. Lapuente Díaz conformó un grupo experimentado con jugadores que conocía para buscar el campeonato a nivel internacional.
Pablo Larios, del Puebla de la Franja y quien atravesaba el mejor momento de su rica y larga trayectoria, y Adrián Chávez del América fueron los guardametas; Félix Cruz, ex de Pumas y parte de los Rayados del Monterrey era uno de los hombres que sobrevivía del mundial de México 86, Héctor Esparza del Cruz Azul (quien ya había sido dirigido por Lapuente en un breve momento con la Máquina), Juan Hernández del América, Efraín Herrera ya en el Necaxa tras su paso por el América, Guillermo Muñoz de los Rayados y el capitán del Puebla de la Franja, Roberto Ruiz Esparza fueron los defensores. El mediocampo era la zona de mayor talento: Jorge Dávalos de la U DE g, Carlos Muñoz de Tigres, (otro sobreviviente de México 86), José Manuel de la Torre quien había brillado dos años en el Puebla y estaba a punto de ser enviado al Cruz Azul, Missael Espinosa, figura de los Rayados, Gonzalo Farfán del América, Benjamín Galindo y Paúl Moreno, de Chivas; mientras que para la delantera acudieron Luis Roberto Alves “Zague” del América, Luis García de los campeones Pumas y Carlos Hermosillo de los Rayados del Monterrey.
La selección arrancó con buenos resultados al golear 4-1 a Jamaica en un juego celebrado el 28 de junio de 1991 en el Coliseo de Los Ángeles, los anotadores de los goles nacionales fueron Benjamín Galindo en dos ocasiones, Zague y Hermosillo, dos días más tarde, el 30, el cuadro tricolor superó 3-1 a Canadá con tantos de Hermosillo, Chepo de la Torre y Benjamín Galindo.
La historia en el grupo estaba dicha ya que Honduras, que contaba con una buena selección con varios jugadores que militaban en equipos mexicanos como Santos, Cobras y Correcaminos, también había ganado sus dos partidos incluso con mejor diferencia de goles ya que había superado 4-2 a Canadá y 5-0 a Jamaica por lo que le bastaba el empate para terminar como primero del grupo; el primer golpe para el proyecto de Lapuente con la selección fue el 3 de julio cuando se enfrentó a los catrachos en el Coliseo y no se les pudo vencer al finalizar con un empate a uno con anotaciones de Anariba para los centroamericanos y de Hermosillo para los verdes que así finalizaron en segundo lugar de grupo y tuvieron que enfrentarse a Estados Unidos en semifinales.
Mientras que Honduras se midió a Costa Rica (que venía de su primera participación mundialista en Italia 90 donde para sorpresa de todos se había metido en octavos de final).
Estados Unidos había ganado sus tres juegos: 2-1 a Trinidad y Tobago, 3-0 a Guatemala y -3-2 a Costa Rica con un autogol de Héctor Marchena en la segunda mitad; era un grupo de jugadores que ya tenía experiencia mundialista tras haber regresado a un escenario de esa magnitud en Italia 90 rompiendo un ayuno de cuarenta años (Brasil 50), en tierras italianas perdieron sus tres partidos (5-1 frente a Checoslovaquia.
1-0 ante Italia.
Y 2-1 con Austria https://www.youtube.com/watch?v=F-ftMprtIzA.
Los goles fueron de Paul Caliguri- el mismo hombre que anotó el gol de la clasificación al mundial en Trinidad y Tobago- y de Bruce Murray). El partido ante los mexicanos se disputó el 5 de julio en Los Ángeles y se saldó con triunfo para el equipo local por 2-0 con los tantos de John Doyle y Peter Vermes en la segunda parte.
La escuadra que ya dirigía Bora Milutinovic se metió a la final contra Honduras, que por su parte venció 2-0 a Costa Rica con tantos de Eduardo Bennett y Dolmo Flores, mientras que México se tuvo que conformar con llevarse el tercer puesto al derrotar 2-0 a los ticos con tantos de Farfán y Galindo.
En la final, Estados Unidos derrotó en penales a los hondureños tras empatar a cero y necesitar de la muerte súbita en penales para llevarse la corona con un 4-3 final tras ocho disparos por cada equipo.
Fue un fracaso para el futbol mexicano, uno que continuaba la mala racha tras el escándalo de los cachirules que provocó la ausencia en Italia 90 y los cambios federativos, por tal motivo, Francisco Ibarra (qepd) como Presidente de la Federación Mexicana de Futbol y Emilio Maurer como vicepresidente y director de la comisión de selecciones nacionales no se escondieron, llamaron a las cosas por su nombre y admitieron el fracaso para tomar determinaciones: Manolo Lapuente dejó al cuadro tricolor y Maurer Espinosa encabezó una búsqueda de un técnico que revolucionara al futbol mexicano encontrándolo en el campeón del mundo con Argentina en 1978, César Luis Menotti. Desde ese momento, la Federación que encabezan Ibarra y Maurer se distinguió por sus ganas de crecer y tomó pasos para garantizar dicho crecimiento, ya que, además de la llegada de Menotti iniciaron conversaciones con CONMEBOL para que admitieran a México en la Copa América y a sus clubes en Copa Libertadores.
La primera negociación fue más rápida ya que la Confederación Sudamericana aceptó a la selección mexicana para la Copa América de 1993 cuya sede sería Ecuador, mientras que el ingreso de los clubes en Libertadores tardó en llegar y ellos ya no lo pudieron gozar porque el Imperio contraatacó con fuerza para recuperar su juguete predilecto: La selección nacional; pero lo importante fue que se logró que el futbol mexicano saliera de la mediocre burbuja de CONCACAF para rozarse con las potencias sudamericanas como Brasil, Argentina y Uruguay, sin olvidar que en esos momentos hasta Bolivia tenía una selección muy competitiva y con buenos jugadores.
El batacazo en la Copa Oro de 1991 fue la continuación de los sucesos desafortunados como el escándalo de los cachirules, la suspensión que evitó primero la participación en los juegos olímpicos de Seúl 88 y el mundial de Italia 90, pero fue una amarga medicina para convencer a los directivos que era tiempo de hacer cosas diferentes para lograr un despertar del futbol mexicano, que, hasta ese momento, sólo había clasificado a la segunda ronda mundialista con el apoyo de su público, en mundiales jugados en casa. La llegada de César Luis Menotti, con todo y el poco tiempo que pudo trabajar, revolucionó a la selección nacional, cambió la mentalidad del futbolista mexicano y ayudó a que la selección enfrentara mejores rivales hasta en los amistosos, en ese momento, México no tuvo miedo de realizar giras por Europa y enfrentar a las mejores selecciones, es decir, en esa Federación que encabezaban el tapatío Ibarra y el poblano Maurer había ganas de crecer y se tomaron las determinaciones para ello, luego de un diagnóstico crudo de lo que había pasado en la Copa Oro de 1991 en Estados Unidos.
A pesar de que ambos se fueron muy pronto porque el Imperio recuperó su mayor bien, dejaron una semilla que los nuevos jerarcas supieron aquilatar, aunque nunca reconocerán la importancia de Ibarra y Maurer para el futbol mexicano, ellos también eran apasionados del futbol y supieron rodearse de ex jugadores y directivos con mayor experiencia; en un acto de congruencia, Menotti renunció a la selección nacional, pero eligieron a Miguel Mejía Barón quien había sido parte del cuerpo técnico de Bora Milutinovic en México 86, y había construido a unos Pumas brillantes que habían sido semifinalistas en la 89-90 y campeones de la 90-91.
Además de ganar una Copa en la 91-92 con los Rayados del Monterrey. Mejía Barón aprovechó las buenas costumbres que había dejado Menotti y las enriqueció dotando a la selección de un estilo propio donde destacaba el talento que había en mediocampo. La historia del futbol mexicano es transparente: A partir de ese momento con un mayor roce internacional México se acostumbró a avanzar de la fase de grupos mundialista y logró dos meritorios subcampeonatos de Copa América en 1993.
Y 2001, sumando también varias clasificaciones a semifinales.
Con el paso del tiempo, los dirigentes que entraron en lugar de Ibarra y Maurer dejaron sus puestos, llegaron otros a administrar la riqueza del futbol mexicano, los reportes deportivos dieron paso a los balances comerciales, poco a poco se dieron cuenta del gran negocio que era la selección mexicana y la ambición se apoderó de la Federación; los dueños se concentraron en acrecentar las ganancias ya que se dieron cuenta que necesitaban muy poco: Aprovechar la nostalgia de los paisanos que viven en Estados Unidos, los dueños encontraron la gallina de oro y no han dejado de explotarla; las ganas de crecer en el plano deportivo se arrumbaron en el cajón y luego con el cambio de domicilio de la Federación a Toluca parece que se perdieron en la mudanza, lo único que quedó fue una ambición sin límites que poco a poco ha despojado a la selección de su identidad, esa que se construyó en los noventa con buenas participaciones en Copa América y en Mundiales con versiones de buen juego como la de Estados Unidos 94.
Y la de Francia 98, dirigida otra vez por Manolo Lapuente.
Cada decisión que favorece el negocio como el repechaje, ahora pomposamente llamado “play in”, o eliminar el ascenso y el descenso lastima la competitividad del futbol mexicano y afecta a la selección nacional, los proyectos han dado paso a las ideas que, así como nacen, mueren y algunas reaparecen como la regla 20-11, la ausencia de proyecto deportivo es evidente y por eso la selección nacional naufraga, cambiando sólo algunas líneas de texto conforme al personaje que se siente en el banquillo, aunque sin el peso suficiente para generar una nueva revolución. Hace días, Marcelo Bielsa se sentó en la banca uruguaya, fue una posibilidad muy cercana que los directivos desecharon porque el apodado “Loco” exige apoyos deportivos.
Algunos aplauden la reacción mexicana ante Brasil, la capacidad para regresar de un 2-0 en contra, sin tomar en cuenta que era una selección brasileña sin sus principales jugadores, algunos tomaron pocos minutos como Endrick y Vinicius Junior, pero aparecieron para hacer la jugada del gol de la victoria que a su vez demostró la falta de trabajo y de principios colectivos del equipo tricolor. Lo que usted ve en la cancha cada vez que aparece un grupo de jugadores que lleva el nombre de selección mexicana de futbol es un producto de baja calidad, una serie de futbolistas sin idea, sin proyecto por parte del timonel, pero más importante sin proyecto deportivo por parte de la Federación, porque el único proyecto existente es la recaudación de dólares, la relación con patrocinadores en publicidad estática, uniformes de entrenamiento y transmisiones.
México alguna vez tuvo ganas de crecer, sucedió luego de un escándalo y un fracaso en la Copa Oro de 1991, pero hoy ya no tiene ganas de crecer y se ha convertido en una selección sin identidad, que no sabe a lo que juega, y que ha perdido otras señas como el sentido de pertenencia porque ahora juega más en un país que no es el suyo, se ha olvidado de la provincia y hasta del uniforme verde que ligaba con la bandera. En pocas palabras, el futbol mexicano es un producto comercial, regido por lógicas como el raiting o los estados financieros. Las ganas de crecer en el aspecto deportivo se perdieron y lo más grave es que parece que entre los sujetos de decisión no hay la mínima intención de buscarlas.