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Andando A Pie | Se vale creer
Publicado
hace 2 semanasPor
SICOM NoticiasSicom Opina Con… Andrea Casco
Mientras más pasa el tiempo, la temporada de “Día de Muertos” se vuelve más entrañable de manera personal y familiar.
Esta fiesta mexicana merece una atención especial, nos enseña a apreciar la vida, reflexionar la muerte y a temerla tanto como a aceptarla.
La singular manera en que los mexicanos y las mexicanas vivimos esta temporada refleja más allá de las tradiciones o costumbres, es el amor profundo de aquellos que ya no están, pero se continúa amando como se hizo durante su presencia, se paraliza el país para honrar a nuestros muertos.
Los altares, las procesiones, los desfiles, las comidas en los panteones junto a las tumbas de los seres queridos, así como los cantos y rezos son algunas de las actividades, que hacemos para venerarlos. Es una costumbre prehispánica que la colonización se apropió dándole un carácter religioso, sincretismo que hoy configura una de las tradiciones más bellas, increíbles y quizá extravagantes del mundo.
“¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!, ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra! Es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir.
Yo siempre estoy esperando a que los muertos se levanten, que rompan el ataúd…”
Jaime Sabines, así describe este proceso. Es una tragedia pensar que los nuestros se van, que dejan de estar. Lo cierto es que los nuestros nos pertenecen.
En casa, cada elemento que compone la ofrenda se pone con completa alegría, desde las compras de las flores, frutas y de los chocolates que le gustaban a mi abuelita Tere, de los cacahuates a mi abuelo Mariano, del sobre de guisado de mi perro “Ruffo” y de la gatita “Shakira” de mi abuelita “Lucha”.
Sí, es una fiesta para los muertos, pero con los vivos, con los que estamos y somos, muchos a quienes incluso su religión les impide poner algún altar, se enamoran de estas costumbres haciéndoles pensar que sus hijos, padres, madres o abuelos se reencuentran para volver a compartir un momento, una alegría y el maravilloso placer de comer, ¿por qué saben? Se vale creer.