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Andando a Pie – Las buenas historias, son para contarse

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La columna de Andrea del Pilar Casco Meneses 

A pie por las veredas, en esos caminos de las comunidades de nuestro estado, compruebo que hay lugares donde surgen las historias más entrañables, aquellas que podemos intuir por los personajes que las hacen con el día a día, en favor de un espíritu colectivo y de participación. “Andando a Pie” busca que ustedes y su servidora descubramos estas anécdotas, que valen mucho no sólo por la importancia de narrarlas, también en lo posible, de apoyarlas. Sirva este espacio para poder plasmarlas.

Es en San Andrés Azumiatla, junta auxiliar del municipio de Puebla, donde surge esta maravillosa anécdota.

Conforme se avanza para llegar, el ruido y el ajetreo se quedan atrás, el lugar regala hermosas postales, la naturaleza está expuesta, y no hablo sólo de la biodiversidad, también de la calidad humana. 

En una parte alta del cerro, llegamos a la casa de la señora Lety, una vivienda de color blanco, desde el primer momento supe que reflejaba la esperanza para decenas de familias. Ella, nos recibió con la amabilidad que le caracteriza, nos invitó una vaso de refresco de la marca que ustedes ya sabrán, lo aceptamos, estaba frío y el calor lo ameritaba.

Charlamos por algunos minutos, nos invitó a pasar a donde ya se encontraban al menos 4 mujeres que cocinaban huevos hervidos, arroz, esquites con rajas, se calentaban tortillas hechas a mano, tatemaban jitomates y chiles para una salsa roja en un bracero y una parrilla ubicados del lado derecho, el olor era exquisito, al fondo, a unos seis o siete pasos aprecie un altar en honor a la virgen de Guadalupe, un mantel blanco con bordado era la base, flores, plantas y una veladora, sobre este, resaltaba una fotografía de una pareja de adultos mayores. 

Pero, el protagonista de este escenario era un comedor de 6 sillas, sin darnos cuenta, más mujeres con niños y niñas en uniforme escolar con mochilas comenzaron a llegar, en este pequeño espacio si la memoria no me falla éramos 20 personas, incluyendo a mi compañero camarógrafo y cómplice de los últimos meses Don Tomás de 68 años y a su servidora, ellas ocuparon los lugares, los menores el piso jugaban con cualquier cosa. Los platos servidos, llegaron a la mesa.  

– Es lógico-, pensé, esto es un comedor comunitario, pero no lo saben. Lety, de manera genuina forma parte de una cadena de ayuda, el propietario de una fundación en la capital recurre a ella cuando quiere entregar pañales, útiles escolares, ropa o despensa, es la encargada de organizar a la gente que sabe necesita de dichos artículos, los cita en su casa, pero no sólo les entrega los insumos, además “echan taco” como ella dice, no es a diario pero sí muy frecuente. 

– “Señoras buenas tardes, ¡qué calladas!, ¿así son siempre?” – expresé.

– “No”, escuché de inmediato, aunque con un tono tímido, y risas que eran bloqueadas con sus propias manos en la boca.

Me sentí intimidada, no sería fácil poder hablar con ellas, recordé que era una comunidad en la que la lengua originaria es el Náhuatl.

– “¿Cuántos años tienen?”- pregunté. Las respuestas me sorprendieron 25 o 26 años era el general, su físico, su rostro, la mirada, reflejaban quizá unos 40 o 45; lo más sorprendente y duro no fue eso, por increíble que les parezca, una de ellas no sabía cuántos años tenía.

– “Yo creo que tengo 30”, me dijo.

¡Entendí todo!, Azumiatla está ubicado a no más de 20 minutos del sur de la ciudad,  pero el tiempo de traslado es una medida de referencia poco comparado con el rezago social en el que viven sus aproximadamente 20 mil habitantes.

Por eso, actos como los que hace Lety, son vitales donde la carencia existe, la comunidad está presente, las asistentes se ahorraban una comida, lo que es cierto es que para la mayoría era la única del día. En este lugar, la necesidad de algunos y la solidaridad de otros se entrelazan, después de comer, los platos se levantan, se lavan, otras barren, trapean y las sillas vuelven a su lugar, la gratitud es el pago, la siguiente ocasión es muy probable que no sean ellas quienes las ocupen, pero sí otras que lo necesitan de igual manera. 

Incluso sin conocer el concepto, los actos solidarios están en personas como doña Lety, se traen en las venas, en los huesos, en el tuétano y se demuestran a diario, incluso aquí en una de las localidades más pobres de la entidad. 

No se sabe si es por el recuerdo de los seres queridos que ya no están, por la fe a la virgen de Guadalupe o cosa de milagro, afortunadamente nadie se va con hambre, ni nosotros, si se lo preguntaban, me despedí de ellas con un taco de arroz en mano, acompañado de esquites con rajas, no es necesario decirles que estaba delicioso. 

Las buenas historias, son para contarse.

¡Nos leemos el próximo lunes! @Andy_Casco.