La columna de Andrea Casco
Comparto con mi padre el gusto desenfrenado por la máquina celeste del Cruz Azul, no sé ni cómo, ni cuándo, simplemente ocurrió y él, de igual manera con su familia.
Lo cierto es, que poco sé del deporte, pero disfruto hablar del tema, sobre todo escuchar y aprender, lo mejor de todo es cuando se convierte en un pretexto para reunirnos y estar juntos en familia.
Es lógico que la pasión se desborda y podemos pasar de la alegría a la tristeza que sólo entendemos algunos fanáticos.
Es una realidad, las pasiones son excesivas y, por definición, se padecen; se remiten a un exceso que no se soporta.
En nuestras pasiones se localiza lo que le da “sal” a la vida, lo que nos entusiasma y mueve.
Diderot, un filósofo francés del siglo XVIII, decía que a las pasiones se les atribuye todas las penas y desdichas del ser humano, se olvida con frecuencia que son también la fuente de todos sus placeres. ¿Cuándo fué la última vez que se emocionaron hasta la última célula por algo?
Las pasiones son la respuesta afectiva a algo exterior, algo que sucede y nos afecta, claro que sí.
Lo “apasionante” de conocer nuestras pasiones, es que nos ayuda a conocernos mejor y disfrutar de la vida como debe hacerse con intensidad.
¿Nos leemos el siguiente lunes? @Andy_Casco
