La columna de Andrea del Pilar Casco
“Todo pasa por algo”, “Dios sabe porque hace las cosas”, “De lo malo, lo bueno”, “ De lo perdido, lo recuperado” o “Pudo ser peor”, la lista es larga si hablamos de frases que citan o nos invitan a reflexionar y calmarnos ante una situación, imaginando un panorama diferente, con tintes regularmente más oscuros o trágicos.
Es precisamente en este lapso, en el que con cabeza fría aparece el “agradecimiento”, volteamos para admirar nuestro entorno y saber lo afortunados o afortunadas que somos.
Vivir agradecido no significa estar feliz por los hechos trágicos, los conflictos, la enfermedad o tener presunción ante la desdicha de los demás, tampoco significa conformismo, ser gradecido es una manera de sortear la vida, lo pienso desde hace tiempo. Es una manera de ser menos infeliz o ser completamente feliz, según sea el caso.
No es cosa fácil, hay que tener cierta habilidad para saber distinguirlo, apreciar lo extraordinario en lo ordinario y sacarle provecho. Donde unos ven adversidad, algunos más ven un reto.
Ojalá fuera tan fácil adquirir una formula que algunas veces pareciera que venden los religiosos o los creyentes, pero va más allá de la fe, es una manera de afrontar los días y calmar la ira, es por lo que la “gratitud” resuena como un don.
Sólo las y los más privilegiados lo poseen, para nada tiene que ver con el estatus económico, sino con aquellos y aquellas que toman “al toro por los cuernos”, que practican en cada instante en lo que ven posible, cada pieza, cada detalle, cada elemento, cada experiencia buena y mala se convierte en un motivo de agradecimiento.
¿Pareciera todo un reto, no? ¿estarían dispuestos o dispuestas de llevarlo a cabo? Aquí algunas reglas, se empieza por lo pequeño, por agradecer el estar vivo, respirar, sentir, reír, el olor de las flores, el agua caliente de la regadera, lo fresco de alguna almohada… y de pronto el universo cabe en un puñado.
¿Nos leemos el próximo lunes? @Andy_Casco
