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El apunte – Regresemos al principio

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La columna de Sharon Ramos

En las últimas semanas se volvieron virales videos donde jóvenes, en su mayoría, menores de edad participan en peleas que terminan con alguien severamente lastimado. Puebla, Chiapas, Sonora, Estado de México, no importa dónde sea, en muchos casos no hay videos que retumben en las redes sociales. Son constantes los reclamos y señalamientos: “juniors que hacen y deshacen sin ningún escrúpulo”, “padres laxos que no pueden controlar a sus hijos”, “una sociedad cada vez más indolente que no mueve un dedo para detener una golpiza”, y un sinfín de  circunstancias que recrudecen este fenómeno. 

Estadísticas de la Organización Mundial de la Salud refieren que la violencia juvenil va en aumento, es un problema de salud pública que incluye una serie de actos que van desde la intimidación y las riñas al homicidio, pasando por las agresiones sexuales y físicas más graves. 

En cuanto a las riñas, la OMS realizó un estudio en 40 países en desarrollo, las cifras mostraron que 42% de los niños y 37% de las niñas estaban expuestos a la intimidación. Los homicidios y la violencia no mortal entre los jóvenes contribuyen en gran número a muertes prematuras, lesiones y discapacidad, entre otras repercusiones graves que perduran toda la vida, como daño psicológico, cuyo daño colateral, afecta a familia, amigos e impacta a la comunidad.

Son muchos los factores que intervienen, desde déficit de atención, hiperactividad, consumo de alcohol, drogas, exposición a la violencia familiar, padres y madres ausentes, depresión, incluso la violencia social que se vive en el país.

Hoy, para un gran número de niñas y niños, la familia no cumple el rol de cuidado, desarrollo y bienestar, muestra de ello, fueron las cifras abrumadoras que reveló ONU Mujeres durante la emergencia sanitaria de Covid 19 a la que denominó “Las dos pandemias”, donde 3 de cada 10 mujeres fueron víctimas de violencia física dentro del hogar.  La Red Nacional de Refugios A.C. brindó acompañamiento a 14 mil 928 personas, de ellas, 10 mil 311 mujeres, niñas y niños sobrevivientes de violencia. El INEGI reportó que en marzo de 2021, el número nacional de emergencia 911, recibió 155 llamadas por hora por alguna situación de emergencia. 

Si bien, autoridades escolares implementaron protocolos de detección y prevención de la violencia y consumo de drogas, los casos afuera o dentro de las instituciones escolares, persisten. Recientemente, el ejecutivo estatal, desde su trinchera llamó a las madres y padres de familia a cerrar filas con los docentes para recomponer el tejido social, recuperar la confianza en los educandos y fortalecer la sociedad; sin embargo, este esfuerzo debe contar con la participación pro-activa de las y los tutores.

Esta reflexión no trata de dictar cómo educar a los hijos, pero tampoco de volver a los patrones de antaño donde los pellizcos, jalón de orejas, la corrección con la regla y la típica frase de “la letra con sangre entra”, eran ley. Actualmente, hay herramientas, libros, talleres, grupos en línea, organizaciones civiles y orientación en diversas plataformas que resultan un gran apoyo. Regresar al inicio, se trata de volver a la célula donde surge todo.

Versa un dicho  “Corrige a tu hijo a temprana edad y dará descanso a tu alma”. Hoy, padres, madres y tutores no sólo deben preguntarse cómo están educando a sus hijas e hijos; sino, poner freno al discurso de odio tanto en las charlas como en la exposición mediática, además de actuar en rectificar y reorientar los esfuerzos para evitar sucesos lamentables como los que hoy son tema.